Valdecañas: prueba de fuego para el desarrollo sostenible (y sostenido)

Valdecañas

En Extremadura estamos más que habituados a estampas como las de nidos de cigüeñas o colonias de cernícalos en campanarios y torres de nuestros pueblos o ciudades. Esta imagen, para nosotros normal, resulta sorpresiva para muchos de los que nos visitan. No reparamos, por tanto, en cómo hemos logrado ese equilibrio con el resto de seres vivos del mismo hábitat, una armonía basada en muchos siglos de cohabitación.

 

Sin embargo, ahora parece que hay grupos, urbanitas en su mayoría, empeñados en romper esa coexistencia, ese equilibrio, sin medir las consecuencias –en cuanto a sostenibilidad, desarrollo, empleo y fijación de población– que supone el que sepamos, desde hace muchísimos años, convivir con la naturaleza e integrarla en nuestra actividad. A cambio, estos lobbys proponen un modelo que reproduce un fantasioso paraíso previo a la creación de Adán, donde éste no tiene cabida.

El ejemplo más reciente lo tenemos en Valdecañas. Un posible error administrativo (que deberán compensar, en su caso, el o los responsables) le sirve al lobby para montar una cruzada inspirada en el ecologismo integrista, prefiriendo una escombrera a un paraje residencial donde se han de respetar y hacer respetar las prescripciones de rehabilitación natural. Poco les importa el coste en términos de despoblación (los pueblos de la zona remontan la sangría demográfica), bienestar (la demanda de servicios y su cobertura ha aumentado), o empleo (las actividades auxiliares están generando puestos de trabajo), por citar solo algunos parámetros.

Tampoco parece importarles la contradicción que enreda su propia retórica: se aferran a una nostalgia de 'paraíso perdido' (en realidad, eucaliptos y pastos) sin caer, o sin querer caer, en la cuenta de que esta descripción debilita su argumento: Valdecañas es un paraje artificial, creado por el hombre con una actuación muy agresiva que inundó nada menos que 7.300 hectáreas. Si se había convertido años después en un supuesto paraíso, ¿qué no ocurrirá con una acción como la de ahora, menos agresiva y más exigente en términos de restauración ambiental?

El propio informe del CSIC, básico para la decisión del TSJEX, reconoce que el paraje «no destacaba por su calidad ambiental» antes de la acción urbanizadora. Eso sí, pese a la evidencia de que la biodiversidad puede recuperarse y que, de hecho, ya campan allí a sus anchas especies como el milano real y el milano negro, el CSIC se permite aventurar que si todo se derriba «a largo plazo» podría recuperarse (¿y si no se derriba? Pues posiblemente también, ya lo hizo, recordemos, cuando se construyó la presa).

No debemos olvidar tampoco el informe del Consejo Económico y Social de Extremadura: derribar Isla de Valdecañas no generará ningún beneficio ambiental, y sí graves daños económicos y sociales. Recuerda esta entidad que toda actuación humana tiene efecto en el ecosistema, hasta el punto de que puede afirmarse que el paisaje extremeño es «fruto de la interacción humana con el medio, no un ecosistema primigenio».

Las consideraciones aquí expuestas cuentan con otro pilar, nada menos que firmado por José Carlos Escudero, catedrático emérito de Ecología y de Evaluación de Impactos Ambientales de la Universidad de Extremadura, quien en un reciente artículo en HOY (publicado el 26/8/2019) apuntaba: «… Las zepas, y si algunas actuaciones en ellas se califican como impactos, encontramos que, al igual que ocurre con tantas cosas, tienen su lado bueno y el malo, y en este último grupo se pueden incluir los manejos que de las posibilidades legales se están haciendo. En la actualidad, los poderes políticos y los grupos sociales conservacionistas están utilizando los conceptos de zepa y con ellos los de impactos, ofreciéndolos como conservación –que dicho así suele convencer al público–, para poder jugar a la consecución de intereses partidistas o grupales».

De eso se trata en gran medida, de grupos particulares que buscan intereses propios, frente al interés general. Y la responsabilidad de los poderes públicos, de todos, no es dar la razón al que más grita, sino actuar con perspectiva general.

Téngase en cuenta que una de las especies más amenazadas en nuestra región es el habitante del mundo rural, el 'extremeño de pueblo', como se recoge tozudamente padrón tras padrón poblacional. Aquí no están en juego unos cuantos chalés; aquí está en juego un modelo de desarrollo sostenible frente a posturas extremas que no conciben que pueden compatibilizarse usos, que el ser humano es parte del equilibrio ecológico, y que su extinción en las zonas rurales degradaría el medio ambiente.

Por decirlo gráficamente: mientras la mayoría propugna un modelo de desarrollo sostenible, con impactos asumibles y que permita el desarrollo y bienestar de todos los ciudadanos y la fijación de población, otros pretenden una suerte de 'reserva india' donde la actividad económica posible se limite a vender baratijas a quienes vengan a contemplar nuestra flora y nuestra fauna.

No, aquí no se juega el derribo de unos chalés, se juega el futuro de un modelo. Dígame, ¿quién va a invertir en Extremadura si pende la espada de Damocles de que años después de haber realizado la inversión, por obra y gracia de una tutela judicial tardía, todo aquello puede ser derribado y enterrado?

Artículo de Opinión publicado en el Diario HOY.